lunes, 21 de enero de 2013

"Vida de Martín Pijo", de Miguel Baquero

¿Quién dijo que la picaresca había muerto? La tenemos a la orden del día, forma parte, según vemos cada mañana, de nuestra idiosincrasia nacional, y el escritor Miguel Baquero, un fenómeno del humor bien hecho, lo saca a relucir en su libro "Vida de Martín Pijo", publicado por ACVF Editorial. 
Se trata de un moderno Lázaro de Tormes, aunque el autor, en lugar de presentarnos a un desgraciado de humilde cuna que trata de sobrevivir como puede, toma como protagonista a un niño bien, hijo de un gobernador corrupto de la época franquista, que comete la torpeza de creerse los valores morales que se le inculcan y, además de quedar en la ruina, le dan tortazos por todas partes. Claro está, en su descargo hay que decir que vivió dieciséis años engañado, porque era un zoquete de tomo y lomo, pero su papá el gobernador hacía generosas donaciones al colegio para que los profesores alabasen en todo momento al chico. 
El pobre badulaque de postín empieza su auténtica historia cuando, por desavenencias ideológicas insalvables, el abuelo (añorante del Caudillo) le hizo al chaquetero padre "una observación incisiva" con un sable, para, acto seguido, convertirse en antepasado de Martín Pijo con la ayuda de una vieja Luger alemana. A partir de este momento, él se enfrenta a la vida tratando de aplicar las virtudes teologales y las que manda el catecismo, amén de los principios de la más honorable caballería.
Así, trata de practicar la caridad y el desprendimiento, y le engañan miserablemente, dejándolo sin blanca, desde los abogados hasta los posaderos; quiso servir a Dios y a la Patria, y terminó siendo el chivo expiatorio de todos los reclutas, el eterno novato; pretendió progresar a través del trabajo, y gracias a su esfuerzo descubrió los oscuros tejemanejes de su patrón, lo que le valió el despido inmediato; cambia de táctica y considera más adecuado ser humilde y trabajador, granjeándose, como consecuencia de su esfuerzo, la animadversión de sus compañeros y jefes inmediatos; se convierte después en el apoyo imprescindible y en la sombra de un sindicalista, quien, una vez encumbrado, lo defenestra; y descartó, por incompetencia, el oficio de ladrón, que cambió por el de poeta, con desastrosos resultados. Tampoco en el amor tuvo suerte, pues sus nobles pensamientos deambulaban por las nubes del amor cortés, mientras que las mujeres preferían un tacto más mundano.
Al igual que en el Lazarillo, la obra es, en realidad, una carta que el narrador-protagonista remite a alguien de alto estatus, a quien se trata, por lo general, de "Su Señoría". El autor aprovecha para satirizar todos los grupos sociales entre los que Martín Pijo se mueve, y lo hace, en ocasiones, a través de la visión inocente del protagonista, quien, como simpático botarate que es, explica el mundo en función de sus principios éticos. Los mejores ejemplos de este recurso se encuentran, a mi modo de ver, en el capítulo anteúltimo, el de su enamoramiento. Transcribo, a continuación, un pasaje en el que la muchacha, Chus, se tumba en un rincón discreto del parque a descansar, y le invita a él a tumbarse a su lado; como quiera que, previamente, había dado ella a entender que rondaba por ahí un animal feroz, él prefiere vigilar:
"Martín, te repito que igual han sido figuraciones. Ven a descansar", insistía Chus. Pero valiente caballero hubiera sido yo si no me muestro aguerrido en la defensa de mi amada. De guardia me planté, pues, con el garrote ante la espesura. "tú tranquila, descansa cuanto quieras", le decía a Chus de cuando en cuando, y cada hora que pasaba, a qué negárselo a Usía, me encontraba más ufano y más orgulloso de aparecer ante sus ojos como un verdadero paladín. Al final, acabó por anochecer. "Anda, vámonos", dijo chus, mientras se sacudía la hojarasca que se le había quedado pegada a la ropa.
Sin embargo, lo más frecuente es que el autor utilice la crítica a través del contraste entre el pensamiento o la forma de actuar de Martín, y la realidad, manifestada bien de modo expreso por los demás personajes, bien por los actos de estos. Es el caso, por ejemplo, del discurso de los obreros:
-¡Mira, chaval, y usted perdone, patrón, pero creo que hablo en nombre de todos cuando digo que nos tienes revolucionados! Tan dispuesto te has mostrado siempre a la tarea, tan activo y tan poco refunfuñón que lo cierto es, así entre nosotros, que nos has colocado a los demás en muy mal sitio -unánime asentimiento de cabezas-. Porque vamos a ver, hombre: ¿no te das cuenta de que si no reclamas dinero por las horas extra nos dejas al resto en bragas cuando las vayamos a negociar?; ¿o que si curras como seis por el sueldo de uno estás desacreditando a tus compañeros y poniendo en peligro tu puesto de trabajo el día que ya no puedas trabajar con esa intensidad?; ¿o que, de satisfacerse tu curiosidad y aprender cuanto es posible del oficio, vas a romper la tradicional división en categorías?; ¿eh?
En lo que respecta al lenguaje -muy cuidado, por cierto-, está empleado en consonancia con el temperamento del protagonista, un hombre de altas miras que, en realidad, no vale demasiado. En consecuencia, se combina la retórica ampulosa de alguien que pretende estar a la altura del ilustrado interlocutor, con la coloquialidad del tipo simple que en verdad es. El efecto es divertido y mueve a sonreír.
En definitiva, "Vida de Martín Pijo" es una lectura ligera, amena, con sabor a picaresca clásica pero, eso sí, modernizada.

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